La conexión causal entre la justificación y la santificación.

Por John W. Robbins

El Espíritu Santo es el agente eficaz de la santificación del pueblo de Dios. Dios el Padre y Dios el Hijo mandan Su Espíritu Santo dentro de los corazones de Su pueblo para que ellos sean santificados. Entonces, ¿Cómo puede ser que nuestra obediencia meramente humana sea la pre-condición necesaria para recibir el Espíritu Santo? Aun así leemos libros y escuchamos sermones por dondequiera que nos dicen de cómo podemos recibir el Espíritu Santo por medio de los “cinco pasos“, o de estos otros “siete pasos“, o por una “entrega absoluta” ante Él y otras tantas hazañas asombrosas de la actividad humana. Algunos incluso enseñan que el derramamiento del Espíritu de Dios se llevará a cabo cuando el pueblo de Dios esté completamente santificado. Pero si pudiéramos hacer todas estas cosas con el fin de obtener el Espíritu Santo, entonces, ¿Para qué necesitaríamos el Espíritu de Dios?

Ahora, ¿Cuál es el testimonio de la Palabra de Dios acerca de todo esto? Simplemente que Cristo, por su perfecta justicia, ha ganado para nosotros el don del Espíritu de Dios. El Espíritu Santo ha sido dado a este Hombre primeramente (Hechos 2:32-33), y todos los que reciben a este Hombre son perdonados y recibirán el Espíritu Santo sin medida (Hechos 10:43-44, Juan 7:38-39).

¡Oh, gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado a vosotros, ante cuyos ojos Jesucristo fue presentado públicamente como crucificado? Esto es lo único que quiero averiguar de vosotros: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe… Porque todos los que son de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo el que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que nadie es justificado ante Dios por la ley es evidente, porque El justo vivirá por la fe. Sin embargo, la ley no es de fe; al contrario, El que las hace, vivira por ellas. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros (porque escrito está: Maldito todo el que cuelga de un madero), a fin de que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe. (Gálatas 3:1-2, 10-14).

El modo de la justificación ante Dios por la sola fe es la única manera de recibir el Espíritu de Dios. El ser justificado significa ser declarado justo. Significa que no sólo Dios nos considera justos sino que también puede proceder a tratarnos como justos. ¿Cómo es que se trata al pecador perdonado como justo? Al concederle el don del Espíritu Santo. Nada más y nada menos que la perfecta justicia de Cristo es necesaria primeramente en alguien antes de que el derramamiento del Espíritu de Dios sea concedido. Como todo creyente tiene esta perfecta justicia de Cristo que le es imputa por la sola fe, él puede en este caso y en base infalible a esta justicia de Cristo tener el Espíritu Santo que ahora le es impartido.

Cuando se permite que la doctrina de la justificación por la sola fe pierda su vigor en la Iglesia, entonces no hay Espíritu Santo, y por supuesto no habrá verdadera santificación a pesar de que las personas se la pasen todo el tiempo hablando acerca de cómo prepararse para el derramamiento del Espíritu de Dios. Cuando la justificación por la sola fe es proclamada, entonces el Espíritu de Dios da vida y aviva a la Iglesia y el pueblo de Dios corre por el camino de la santificación con gran alegría y entusiasmo. Estos dos regalos de Dios van juntos y permanecen unidos, “el don de la justicia” (Romanos 5:17), el cual es imputado al pecador-creyente, y el don del Espíritu Santo, que es impartido (derramado en nuestros corazones”) (ver Romanos 5:1-5). Hay que distinguir estas dos bendiciones en nuestros pensamientos para que podamos saber en dónde descansa nuestra esperanza de la salvación. En cambio, el separar en el tiempo la justificación y el don del Espíritu Santo es un gran daño que divide a la Trinidad y divide a la iglesia.


Against The Churchers, The Trinity Review, 1989-1998. The Relationship between Justification and Sanctification, Edited by John W. Robbins pages 344-45.