Las propiedades de los miembros de la Trinidad

Serie: Dogmática Escritural, Dios y Su Palabra.

Pregunta 37: ¿Por qué la primera Persona de la Trinidad es llamada Padre y a la segunda Persona Hijo?

Las propiedades personales del Padre

Las distintas propiedades personales de los miembros de la Trinidad, son indicados y señalados por Sus nombres personales; Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ya que una persona es lo que él (y cómo él) piensa (Proverbios 23;7), el Padre siendo la primera persona nombrada en la Trinidad; vive y goza en la Trinidad como Padre que Él es, en esa bendita comunión que hay entre los miembros de la Deidad.

Los nombres que la Escritura da a las Tres Personas de la Trinidad, los distinguen personalmente del uno al otro. Estos nombres designan a las Tres Personas como Tres individuos distintos que subsisten conscientemente en relación y en virtud el uno al otro. De este modo y hablando de las propiedades personales; “el Padre es sujeto de toda la Deidad, de las propiedades esenciales y de todas las obras divinas como Padre.” [1]

Así, la función necesaria, eterna y completa del Padre en la Trinidad es engendrar, es decir, el Padre es quien genera eternamente a la segunda Persona de la Trinidad nombrada Hijo. El Padre es el único y eternamente Padre en la Deidad como el Hijo es eternamente el unigénito del Padre (Hebreos 1:5, Juan 1:14, 18; 3:16, 18; 5:26-27).

De este modo, hablar de la primera Persona de la Trinidad como Padre, implica con ello la eternidad del Hijo, es decir, la generación del Hijo tiene que ser eterna ya que si el Hijo no fuese eterno, el Padre, con su propiedad personal de Padre, tampoco podría ser eterna. Cada uno de los miembros de la Trinidad presupone el uno como del otro para su existencia en la Trinidad.

En relación a las criaturas, el Dios Trino es nuestro Creador como también el autor de vida tanto física como espiritual (Isaías 64:8, Malaquías 1:6, 2:10), aunque esta relación paternal en Jesucristo con nosotros es atribuida a Dios, sin embargo, la propiedad personal es propia del Padre en la Trinidad. Espiritualmente hablando, la primera Persona de la Trinidad es nuestro Padre desde la eternidad por la elección hecha en Cristo Jesús (Efesios 1:4-5), que luego en el tiempo Él lleva a cabo por la redención y la adopción hecha a través de Su sacrificio como de la obra del Espíritu Santo en nosotros (Gálatas 4:4-5, Romanos 8:15). De este modo el Padre piensa, desea, ama, decreta, crea y salva como Padre y como el gran Dios que Él es, esto según la función en conjunto en la economía de la Trinidad en la creación, sin embargo en Trinidad ontológica, Él es el Padre por excelencia del Hijo de Dios.

La generación eterna del Hijo

La propiedad personal del Padre es el generar eternamente a la segunda Persona nombrada en la Trinidad, y la propiedad personal de la segunda Persona en la Trinidad es el ser generada en relación al Padre. Así, el Hijo es sujeto de todas las propiedades divinas, esenciales y de todas las obras divinas como el Hijo que Él es en la Trinidad.

W. à Brakel (1635—1711) dice al respecto;

“-Padre- e -Hijo- son palabras que por definición están relacionadas entre sí. Al oír estas palabras comprendemos la naturaleza de esta relación, aparte de que estas palabras carecen de significado. Al encontrarnos con la palabra -Padre- inmediatamente pensamos en una persona que ha engendrado a otra persona a su semejanza, y al referirnos a la palabra -Hijo- inmediatamente nos hace pensar en alguien que ha sido engendrado con la semejanza y el carácter de otra persona.” [2]

Esto es precisamente lo que tenían en mente los padres de la iglesia lo cual quedo plasmado en el Credo Niceno en el año 381 d.C.

“Creemos en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho.”

Este acto necesario, eterno y completo del Padre hacia el Hijo, es expresado en la Escritura con las palabras como; “el unigénito del Padre” (Juan 1:14) o “el Hijo unigénito de Dios” (Juan 3:16). Las palabras engendrar o generar implican que un hijo es nacido según el padre o hecho semejante a él (Génesis 5:3). El Hijo es engendrado del Padre eternamente, es decir, Él siempre ha sido el Hijo eternamente a la imagen del Padre. La idea de ser generado eternamente en la Trinidad significa que el Hijo (quien vive en íntima comunión con el Padre), es quien da a conocer Su semejanza, Su majestad, perfección y gloria, de este modo el Hijo está íntimamente ligado al Padre en virtud de lo que el Padre es en sí mismo, y que Hijo goza dicho acto del Padre por la eternidad (1 Timoteo 6:16, Juan 1:18, 14:9, 1 Juan 4:9).

Como diría Herman Bavinck (1854—1921) citado por Louis Berkhof (1873-1957); “La generación eterna trae distinción (de personas) y distribución (de esencia); pero no diversidad ni división en el Ser Divino.” [3]

Por su parte, Herman Hoeksema (1988-1965) resume magistralmente el tema de la manera siguiente;

“El Padre es el engendrador; El Hijo es el engendrado. El Padre es la luz radiante de la gloria; El Hijo es la luz reflejante. El Padre es Dios formandor; El Hijo es Dios formado a la imagen del Padre. El Padre es Dios impresor; El Hijo es la impresión del Padre. El Padre es Dios resplandeciente; El Hijo es Dios refulgente. El Padre es el sujeto eterno, el hablante; El Hijo es el predicado eterno, la Palabra de Dios, el Logos de Dios. De este modo, Dios es el todo-suficiente en sí mismo. No tiene necesidad de la criatura, ni siquiera para regocijarse en su gloriosa y eterna paternidad. Él ama al Hijo para siempre.” [4]

Esta perfecta comunión e intimidad y semejanza entre el Padre y el Hijo en la Trinidad, es por medio del Espíritu Santo, quien es el vínculo personal de amor entre los miembros de la Trinidad. Temas que hablaremos en la próxima pregunta en Nuestra Dogmática Escritural.


[1] Herman Hoeksema, Reformed Dogmatics, Vol I, página 208. 
[2] Brakel, Wilhelmus à, The Christian's Reasonable Service, Vol 1 página 149.
[3] Louis Berkhof, Teologia Sistematica, página 110.  
[4] Herman Hoeksema, Reformed Dogmatics, Vol I, página 215.