Dios siendo omnipotente, no puede querer en vano cualquiera cosa que quisiere

A menudo se escucha hoy en día, especialmente por medio del nuevo calvinismo, que Dios ha elegido a ciertas personas para vida eterna rechazando así a otras para perdición eterna y que sin embargo Dios desea la salvación de todos ellos. Pero, siendo Dios omnipotente, no puede querer en vano cualquiera cosa que quisiere. Por ende es una contradicción decir que Dios es omnipotente y al final admitir que no cumple con lo que Su voluntad desea. Aquí las palabras de Agustín de Hipona discutiendo el pasaje de 1 Timoteo 2:4, “Dios quiere que todos los hombres sean salvos”

“Nuestro Dios está en los cielos; El hace lo que le place.” (Salmos 115:3) “el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad.” (1 Timoteo 2:4)

 Por esto, cuando oímos o leemos en las sagradas letras que Dios quiere que todos los hombres sean salvos, aunque estamos ciertos de que no todos se salvan, sin embargo, no por eso hemos de menoscabar en algo su voluntad omnipotente, sino entender de tal modo la sentencia del Apóstol: Dios quiere que todos los hombres sean salvos, como si dijera que ningún hombre llega a ser salvo sino a quien El quiere salvar; no en el sentido de que no haya ningún hombre más que al que quisiere salvar, sino que ninguno se salva, excepto aquel a quien El quisiere; y por eso hemos de pedirle que quiera, porque es necesario que se cumpla, si quiere. Pues de la oración a Dios trataba el, Apóstol al decir esto. De este mismo modo entendemos también lo que está escrito en el Evangelio: El es el que ilumina a todo hombre que viene a este mundo; no en el sentido de que no haya ningún hombre que no sea iluminado, sino porque ninguno es iluminado a no ser por El. También puede entenderse el dicho del Apóstol: Dios quiere que todos los hombres sean salvos, no en el sentido de que no haya ningún hombre a quien El no quisiere salvar, puesto que no quiso hacer prodigios entre aquellos de quienes dice que habrían’ hecho penitencia, si los hubiera hecho; sino que entendamos por todos hombres todo el género humano distribuido por todos los estados: reyes, particulares, nobles, plebeyos, elevados humildes, doctos, indoctos, sanos, enfermos, de mucho talento, tardos, fatuos, ricos, pobres, medianos, hombres, mujeres, recién nacidos, niños, jóvenes, hombres maduros, ancianos; repartidos en todas las lenguas, en todas las costumbres en todas las artes, en todos los oficios, en la innumerable variedad de voluntades y de conciencias y en cualquiera otra clase de diferencias que puede haber entre los hombres; pues ¿qué clase hay, de todas éstas, de donde Dios no quiera salvar por medio de Jesucristo, su Unigénito, Señor nuestro, a hombres de todos los pueblos y lo haga, ya que, siendo omnipotente, no puede querer en vano cualquiera cosa que quisiere? 

Había ordenado el Apóstol que se orase por todos los hombres, y particularmente había añadido: por los reyes y por los constituidos en dignidad, a quienes se podía considerar que sentían aversión a la humildad cristiana a causa del fausto y soberbia del mundo. Y así, después de decir: Pues esto es bueno ante Dios nuestro Salvador, esto es, el que se ruegue por los tales hombres, a continuación, para quitar todo motivo de desesperación, añadió: El cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Dios, en efecto, tuvo por bien dignarse conceder la salvación de los poderosos por las oraciones de los humildes, como ya lo vemos cumplido. De este mismo modo de hablar usó el Señor en el Evangelio, donde dice a los fariseos: Pagáis el diezmo de la menta y de la ruda y de toda legumbre. Y los fariseos no pagaban el diezmo ni de las legumbres de los otros ni el de todas las que había por todas las tierras extrañas. Por consiguiente, del mismo modo que aquí toda legumbre significa todo género de legumbres, así también allí todos los hombres podemos entenderlo por toda clase de hombres. Y de cualquier otro modo puede entenderse, con tal que, sin embargo, no se nos fuerce a creer que Dios todopoderoso quiso hacer algo y no lo hizo; el cual, sin ningún género de duda, si en el cielo y en la tierra, como canta el Salmista, hizo todo lo que quiso 185, por tanto, no quiso hacer todo lo que no ha hecho. [1]


[1] Agustín de Hipona, Manual de la fe, de la esperanza y de la caridad, sec 103.
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