El poder del Evangelio en medio de la ruina: Juan Calvino y la permanencia de la Iglesia bajo el papado

Introducción

En el Libro IV de la Institución de la Religión Cristiana, Juan Calvino ofrece una profunda reflexión sobre la permanencia de la Iglesia en los territorios dominados por el papado romano. Lejos de realizar una negación absoluta de toda obra de Dios en dichos contextos, Calvino distingue entre la verdadera constitución de la Iglesia y los vestigios de ella que permanecen, a pesar de la corrupción doctrinal, ritual y jerárquica impuesta por el sistema papista. Este artículo explora ese argumento reformado, señalando tanto la fidelidad de Dios al pacto como el poder inquebrantable del Evangelio, aun cuando se halla soterrado bajo los escombros de la tradición humana.

I. La analogía con el Israel apóstata: el Pacto no depende del pueblo ni de la Institución

Calvino, siguiendo el modelo veterotestamentario, compara la situación de la Iglesia bajo Roma con la de Israel en tiempos de apostasía. Así como en medio de la infidelidad de los judíos Dios sostuvo Su Pacto —sin que la impiedad del pueblo pudiera anularlo—, así también Dios ha preservado su testimonio incluso en medio del sistema romano papista degenerado:

“Cuando el Señor hizo una vez su pacto con los judíos, no fue preservado por ellos sino por su propia fuerza…”

Este punto es esencialmente teológico: la Iglesia verdadera no se constituye por la pureza de sus miembros, sino por la fidelidad de Dios a Su promesa. La comparación con Ezequiel 16:20 muestra que incluso cuando los hijos eran engendrados en impiedad, el Señor los llamaba suyos. Calvino reconoce que, sin una bendición especial, no le pertenecerían, pero tal bendición existía —por pura gracia.

“Así como en la Iglesia que se mantuvo entre los juidíos había todavía algunas prerrogativas, no negamos que los papistas tengan aún, en el estado actual de la Iglesia, algunos vestigios de la gracia de Dios.”

Así, el argumento reformado rechaza la equivalencia entre el “pueblo visible” y el “pueblo redimido”. El Pacto es inviolable no por virtud de la institución humana, sino por el Dios que lo estableció.

II. El poder del Evangelio es preservado divinamente en cualquier ruina

Calvino menciona que Dios depositó su Pacto en tierras como Francia, Italia, España, Alemania e Inglaterra, y aunque estos lugares fueron luego oprimidos por la “tiranía del Anticristo”, no por eso el Pacto fue anulado. Dios preservó dos cosas principales:

  1. El bautismo verdadero: Aunque administrado por impíos, sigue siendo válido por haber sido consagrado por los labios de Cristo. Esto manifiesta la doctrina reformada de los sacramentos ex opere operantis, no ex opere operato: su eficacia no depende del oficiante, sino de Dios mismo que lo aplica.

  2. Remanentes del Evangelio: En su providencia, Dios preservó “otros restos” para evitar la total desaparición de su Iglesia. Aunque en forma de ruinas, como los cimientos que permanecen tras la demolición de un edificio, el Evangelio sigue presente aunque veladamente por las ruinas actuales.

Este juicio es profundamente esperanzador. La Iglesia visible puede experimentar deformaciones, pero el Señor nunca se queda sin testimonio y sin Su Iglesia escogida.

III. No toda asamblea es legítima Iglesia: criterios de legitimidad eclesial

Calvino hace una distinción crucial entre reconocer que hay iglesias dentro del papado y admitir que esas iglesias sean verdaderamente constituidas como la Iglesia verdadera. No niega que haya congregaciones donde se mantiene la verdad y el símbolo del cristianismo, como la Palabra leída o los sacramentos bautismales, o el Símbolo de la fe creído y entendido. Pero el criterio para juzgar si una iglesia es “verdadera” incluye:

  • La fidelidad en la predicación del Evangelio.

  • La correcta administración de los sacramentos.

  • La disciplina eclesial.

“…no estamos dispuestos a conceder simplemente el nombre de Iglesia a los papistas, no negamos que haya iglesias entre ellos.”

Este principio evita tanto la falsa uniformidad como el sectarismo. Calvino puede afirmar que en el papado existen “iglesias” en un sentido imperfecto, pero no en su forma legítima. Son iglesias por vestigio, no por constitución. De ahí que muchas veces los reformadores prefirieran hablar de “Iglesia cautiva” o “Iglesia corrompida” antes que negarla por completo.

IV. El Anticristo en el templo de Dios: no destrucción, sino corrupción

Una de las afirmaciones más fuertes de Calvino es que el Pontífice Romano es el Anticristo profetizado por Daniel y Pablo. No obstante, aclara que este Anticristo no destruiría el Nombre de Cristo o de la Iglesia. Al contrario, su poder opera dentro del templo de Dios (2 Tes. 2:4), corrompiéndolo desde adentro.

“…se insinúa que su reino no sería tal como para destruir el nombre de Cristo o de su Iglesia.”

Aquí se manifiesta la aguda crítica de Calvino: el verdadero peligro del papado no radica en la erradicación del cristianismo, sino en su falsificación. La idolatría no se exhibe abiertamente, sino que se reviste de formas piadosas. Por ello, el sistema romano se asemeja más a Babilonia que a la Jerusalén celestial. La corrupción del culto, la supresión del Evangelio y la sofocación de la piedad genuina transforman a estas iglesias en una burda caricatura del Reino de Dios.

V. El juicio final: vestigios reales pero forma ilegítima

Finalmente, Calvino concluye que aunque en Roma hay símbolos externos (como el bautismo), y aunque Dios en su providencia conserva allí un pueblo grande y disperso, eso no significa que la Iglesia papista tenga la forma legítima de Iglesia.

“…los llamo iglesias, en la medida en que el Señor allí conserva maravillosamente algunos restos de su pueblo… pero… esas marcas… están borradas… todo el cuerpo… quiere la forma de una legítima iglesia.”

Esta distinción permite que los reformadores reconozcan el poder de Dios y Su fidelidad, sin por ello convalidar los errores doctrinales ni someterse a la tiranía romana.

Conclusión: El poder del Evangelio brilla incluso entre las ruinas

El pensamiento de Calvino manifiesta una visión alta del poder de Dios y una crítica implacable a la corrupción del papado. A diferencia de los anabaptistas radicales que negaban totalmente la validez de las iglesias romanistas, o los romanistas que se arrogaban la exclusividad de la Iglesia verdadera, Calvino establece un camino bíblico: la Iglesia visible puede estar en ruinas, pero el Evangelio no puede ser enterrado del todo.

La historia muestra que, aunque Roma haya pretendido monopolizar la gracia, Dios ha mantenido Su pacto, no por mérito humano, sino por Su fidelidad. El Evangelio ha seguido obrando incluso bajo tiranía, y de esas ruinas han surgido brotes de Reforma y de un gran pueblo redimido.

Por tanto, no temamos llamar “iglesias” a aquellas congregaciones donde Dios todavía guarda a Su remanente, pero jamás olvidemos que la legitimidad de una iglesia no descansa en su nombre, ni en su jerarquía, ni en su antigüedad, sino en su fidelidad al Evangelio de Jesucristo, revelado en la Palabra y vivificado por el Espíritu.

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