La Distinción Eclesiológica de los Reformadores del Siglo XVI: Papado, Iglesia y el Pueblo de Dios Bajo la Tiranía

Introducción

La Reforma del siglo XVI no solo sacudió los cimientos teológicos del cristianismo occidental, sino que también reformuló radicalmente la comprensión de la Iglesia. En un contexto de creciente corrupción eclesiástica, los reformadores se vieron obligados a distinguir entre la Iglesia como institución visible y la Iglesia como comunidad espiritual verdadera. Esta distinción, con raíces en Agustín de Hipona, fue sistematizada por figuras como Lutero, Calvino y Zwinglio para responder a la pregunta apremiante: ¿cómo es posible que exista verdadera fe y salvación dentro de una estructura visible profundamente corrompida como la del papado romano? Así surgió la doctrina de la Iglesia visible e invisible, no como una mera especulación teórica, sino como una necesidad teológica y pastoral, que permitiera sostener tanto la continuidad histórica del cristianismo como la legitimidad del movimiento reformador.

La Doctrina de la Iglesia Visible e Invisible

La distinción entre una dimensión visible y una invisible de la Iglesia, ya presente en Agustín de Hipona, fue ampliada por los reformadores del siglo XVI, convirtiéndose en una constante fundamental de la eclesiología protestante. Este concepto buscaba explicar la tensión evidente entre la Iglesia históricamente observable como institución, inevitablemente cuestionable en su forma visible, y la Iglesia perfecta y verdadera de los credos. Mientras que Agustín veía la Iglesia invisible y visible como una misma cosa, los reformadores protestantes no identificaron a la Iglesia Católica como la verdadera Iglesia. 

La “Iglesia invisible” se entiende como un subconjunto oculto dentro de la Iglesia de la experiencia histórica, que comprende a los elegidos conocidos solo por Dios. Juan Calvino describió la Iglesia invisible como aquella que está realmente en la presencia de Dios, en la cual no se reciben personas sino aquellas que son hijos de Dios por gracia de adopción y verdaderos miembros de Cristo por la santificación del Espíritu Santo, incluyendo a todos los elegidos desde el principio del mundo. La eclesiología de Zwinglio también enfatizó el coetus electorum (los elegidos) conocidos solo por Dios, distintos del corpus permixtum (cuerpo mixto) de la Iglesia visible. El Catecismo de Heidelberg (Día del Señor 21, Pregunta y Respuesta 54) define la “Santa Iglesia católica” como “una comunión escogida en la unidad de la verdadera fe”, reunida, defendida y preservada por el Hijo de Dios mediante su Espíritu y Palabra, desde el principio hasta el fin del mundo. Esto subraya la naturaleza divina y oculta de la verdadera Iglesia.  

La “Iglesia visible” es el cuerpo institucional en la tierra que predica el evangelio y administra los sacramentos, conteniendo tanto a individuos salvos como a no salvos. Los reformadores creían que la Iglesia visible contenía una mezcla de miembros de la Iglesia invisible e hipócritas o falsos creyentes. Calvino, aunque enfatizaba la Iglesia invisible, también tenía una alta estima por la Iglesia visible, refiriéndose a ella como “nuestra madre”, a través de la cual Dios ordinariamente obra para salvar y sostener a su pueblo mediante la Palabra y los sacramentos. La Confesión Belga (Artículo 29) identifica las marcas de la verdadera Iglesia: la predicación pura del evangelio, la administración pura de los sacramentos y la disciplina eclesiástica. Dondequiera que estas marcas estén presentes, existe una “Iglesia de Dios”.   

Esta distinción teológica fue de importancia crítica. Permitió a los reformadores rechazar al Papado como la Iglesia verdadera (debido a su corrupción y errores doctrinales) al mismo tiempo que reconocían que cristianos genuinos, miembros de la Iglesia invisible, aún podían existir dentro de la institución católica romana visible. Martín Lutero, a pesar de sus duras críticas al Papado, mantuvo una visión matizada. Concedió que el papado “se sienta en la verdadera Iglesia”, poseyendo oficios instituidos por Cristo (por ejemplo, enseñar, bautizar, administrar el sacramento, absolver, ordenar), distinguiendo entre el oficio mismo y la persona que abusa de él. Lutero afirmó explícitamente que “hay mucho de cristiano y bueno bajo el papado; de hecho, todo lo que es cristiano y bueno se encuentra allí y nos ha llegado de esa fuente”, enumerando las verdaderas Sagradas Escrituras, el verdadero bautismo, el verdadero sacramento del altar, las verdaderas llaves, el verdadero oficio del ministerio y el catecismo. Creía que “en el papado hay verdadero cristianismo, incluso el tipo correcto de cristianismo y muchos grandes y devotos santos” y que “la cristiandad que ahora está bajo el papado es verdaderamente el cuerpo de Cristo y un miembro de él”. Lutero argumentó en contra del rebautismo, considerando válido el bautismo católico, y señaló que “nuestro bautismo y el del papado es un verdadero bautismo”. Creía que Cristo, con su Espíritu Santo, “ciertamente estaba con los suyos y sostuvo la fe cristiana en ellos” incluso bajo el Papa [1].  

La formulación de la distinción entre la Iglesia visible e invisible fue una necesidad teológica para la continuidad de la Reforma. Los reformadores, al rechazar vehementemente al Papado como la verdadera Iglesia y, en algunos casos, etiquetarlo como el Anticristo, se enfrentaron a un desafío significativo: ¿cómo podían reclamar continuidad con el cristianismo histórico si la institución dominante durante siglos era considerada falsa? La adopción y ampliación del concepto agustiniano de la Iglesia visible/invisible proporcionó la solución. La Iglesia invisible, compuesta por los elegidos conocidos solo por Dios, aseguraba que el verdadero pueblo de Dios siempre había existido. La Iglesia visible, aunque imperfecta, era el lugar donde se predicaba el evangelio y se administraban los sacramentos. Esta distinción no fue un mero ejercicio académico, sino una necesidad teológica que permitió a los reformadores mantener la continuidad histórica, legitimando su propio movimiento no como la creación de una nueva iglesia, sino como la purificación de la verdadera Iglesia que había sido oscurecida por la estructura visible corrupta. Además, ofreció un marco para comprender cómo los individuos podían ser genuinamente salvos por la fe en Cristo mientras aún participaban en un sistema que consideraban doctrinalmente corrupto, permitiendo un grado de caridad hacia los católicos individuales, incluso mientras se condenaba la institución. Este concepto redefinió fundamentalmente la eclesiología protestante, desplazando el énfasis de una definición institucional y jerárquica de la Iglesia a una comprensión más espiritual, cristocéntrica y definida por el evangelio. También sentó las bases para la diversidad de las denominaciones protestantes, cada una afirmando encarnar la “verdadera” Iglesia visible de manera más fiel.

Conclusión

La distinción entre la Iglesia visible e invisible fue, para los reformadores, una herramienta indispensable para preservar la verdad del evangelio en medio de la confusión institucional. Esta doctrina permitió denunciar las desviaciones del papado sin descartar la obra de Dios entre los fieles que permanecían dentro del sistema romano. En ella se expresó un nuevo paradigma eclesiológico: la Iglesia verdadera no se identifica sin más con una jerarquía externa, sino con el pueblo redimido por Cristo, reunido por su Palabra y sostenido por su Espíritu. Esta visión reformada rescató la centralidad del evangelio y estableció las bases para una eclesiología más bíblica, espiritual y centrada en la gracia soberana de Dios. Además, proporcionó un marco de caridad y realismo teológico que evitó la sectarización, permitiendo afirmar la continuidad de la Iglesia a través de los siglos aun en medio de su deformación visible.

Fuente: [1] Martín Lutero, El cristianismo en el Catolicismo (web).
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