Los hombres siempre han tenido que elegir entre dos métodos de cambio social: regeneración o revolución.
El cristiano busca primero disciplinarse a sí mismo según el estándar de DIOS. Luego publica el Evangelio e intenta implementar pacíficamente las leyes de DIOS en la vida de su cultura, confiando en el Espíritu de DIOS para el éxito de sus esfuerzos.
Él sabe que no hay, y nunca habrá, una sociedad perfecta en esta vida. Él sabe que el Reino de DIOS se esparce como la levadura en el pan, no por explosiones masivas y perturbadoras, sino por una penetración gradual. Él sabe que la justicia, la rectitud y la paz resultan del derramamiento del Espíritu en el corazón de los hombres.
—David Chilton. Cristiano Productivos.
Esta secuencia—persona → comunidad → cultura → orden civil—es la gramática de una libertad ordenada. No promete utopías como lo hacen los partidos actuales (“Él sabe que no hay, y nunca habrá, una sociedad perfecta”), sino un progreso orgánico en el Reino de Cristo, “como la levadura” que “hasta que todo fue leudado” (Mateo 13:33), y cuyo fruto público—“justicia, rectitud y paz”—brota “del derramamiento del Espíritu” (Is 32:15–17).
Aquí articulamos cómo la virtud cristiana y la libertad ordenada se integran bajo un Credo Cristiano (Apostólico, Niceno, Efeso, Calcedonia) entendido no como examen religioso estatal, sino como marco civilizatorio: un vocabulario moral común que tutela la dignidad, contiene al poder y preserva las conciencias libre bajo Dios.
1. Regeneración frente a revolución: la lógica del Reino
La revolución impone cambios súbitos que reconfiguran el poder sin curar el corazón. La regeneración, en cambio, exige disciplina personal (templanza, veracidad, laboriosidad, misericordia) y edificación institucional gradual. “Buscad la paz de la ciudad… y rogad por ella a Jehová” (Jer 29:7) aquí se describe el modo de Dios para el trabajo: es decir, una reforma paciente, no nihilismo político. La misión cristiana no canoniza el Estado; todo buen gobierno es natural y no impuesto. No sacraliza identidades; protege conciencias libres que saben operar bajo Dios (Ro 14). Tampoco impone unidad confesional civil; articula bienes públicos compartidos bajo el mismo nucleo de fe común Cristiana: vida, libertad, propiedad, verdad, contratos cumplidos.
La levadura del Reino avanza mediante la Palabra-ley de Cristo publicada y la vida virtuosa de Su pueblo. Por eso la primera política Cristiana es la piedad doméstica (familia), la solidaridad eclesial (diaconía) y la vocación pública (trabajo bien hecho). “Para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Ti 2:2) no pide hegemonía, sino establece las condiciones para la tranquilidad civil que hacen posible la piedad y la honestidad.
2. Virtud cristiana como sustrato cívico
La libertad solo es sostenible si está ordenada por virtud. En términos clásicos, la libertad cristiana es libertas sub lege Dei (se traduce como “Libertad bajo la ley de Dios”); no libertinaje, sino autodominio y caridad. “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados… servíos por amor los unos a los otros” (Gá 5:13). Esa caridad se traduce en deberes públicos ejercidos voluntariamente; veracidad en los mercados, fidelidad en los contratos, protección del débil, moderación fiscal, honradez administrativa, imparcialidad judicial.
El Credo Cristiano opera aquí como mínimo moral común que afirma creación, encarnación, redención y juicio. De ello se deducen tres pilares cívicos:
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Dignidad humana: cada persona es imagen de Dios; por tanto, límites estrictos contra toda forma de instrumentalización (trata, tortura, censura arbitraria, confiscación sin debido proceso).
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Ley por encima de gobernantes: si Cristo es Señor, ningún magistrado lo es absolutamente. Un gobierno civil piadoso es ministerio de justicia, no tutor de conciencias y voluntades.
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Veracidad pública: la verdad no es fabricación del poder; hay orden moral cognoscible (ley natural interpretada por la Escritura) y un testimonio histórico (tradición cristiana) que refrena el cinismo.
3. Libertad ordenada: negativa por diseño, positiva por virtud
Libertad negativa fuerte: la ley protege vida, libertad, propiedad y contrato. Esto exige reglas claras: inviolabilidad de la persona; debido proceso; libertad de expresión, prensa y asociación; libertad de culto y objeción de conciencia; economía de mercado con competencia leal y sanciones contra el fraude; estabilidad de la moneda y límites a la expoliación fiscal.
Libertad positiva (no estatalizada): florece desde la sociedad misma—familia, iglesia, escuela, empresa, municipio—capaces de generar bienes de confianza, educación y ayuda mutua. Aquí encaja lo dicho por Kuyper: soberanía de esferas. “No absorber” sino arbitrar y limitar. Todos debemos proteger las condiciones de paz y justicia; la cultura, guiada por virtud, llena de contenido la libertad.
4. Unidad cívica, diversidad étnica
Una lealtad constitucional común bajo el Credo Cristiano (pacto de igualdad ante la ley, reglas de juego, símbolos cívicos) convive con culturas de segundo grado (lenguas, festivales, cocina, usos). No hay “tutela identitaria” desde un Estado ficticio. La diversidad no se gestiona con ingeniería social centralizada, sino con fe bajo el Credo y libertad amplia y árbitros imparciales. El resultado no es tribalismo, sino amistad cívica compartida.
5. Federalismo y subsidiariedad
La prudencia política aconseja máximo de decisiones cerca de la gente y mínimos nacionales claros. La subsidiariedad evita burocracias omnívoras; el federalismo limita el poder central, fomenta experimentación normativa y reduce el costo de los errores. La unidad se sostiene en pocos principios firmes; la diversidad se expresa en muchas competencias locales. Es decir, máximo de decisiones cerca de la gente; mínimos nacionales claros y pocos. En otras palabras; mayor gobierno interno y cercano y menos gobierno externo y lejano.
6. Núcleo de principios rectores (síntesis)
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Cristianismo como sustrato moral público: dignidad de toda persona; ley natural; límites al poder; primacía de la verdad y el bien común; Credo Apostólico/Niceno/Calcedonia como marco civilizatorio (no examen religioso estatal).
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Libertad negativa fuerte: proteger vida, libertad, propiedad y contrato; el Estado no tutela identidades ni conciencias (Ro 14; 1 Ti 2:2).
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Soberanía de esferas (Kuyper): familia, iglesia, escuela, empresa, municipio; un gobierno civil natural arbitra y limita, no absorbe.
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Federalismo y subsidiariedad: máximos locales; mínimos nacionales claros y pocos.
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Unidad cívica con diversidad étnica: lealtad constitucional común + libertad amplia para culturas de segundo grado.
Conclusión: la esperanza razonable
La revolución promete cielo inmediato y deja ruinas a su paso. La regeneración promete cruz y levadura: lenta, pero segura. Virtud cristiana y libertad ordenada bajo un Credo civilizatorio no crea un “Estado” donde emana la voluntad perversa del hombre ni privatizan el bien común: más bien instituyen límites, preservan conciencias bajo el Credo y elevan la vida pública. El cristiano, consciente de la imperfección de esta era, obra con paciencia: se disciplina, publica el Evangelio, edifica instituciones justas y confía en el Espíritu para llevar la Gran Comisión. Así, “el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Is 32:17).
Como diría el apóstol Pablo; Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. 58 Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” (1 Cor 15:57-58).
Por último, aquí un Preámbulo de una posible constitución para la próxima Republica Cristiana;“Reconociendo el legado cristiano en los símbolos de fe Apostólico, Niceno, Efeso, Calcedonia que afirman la dignidad de toda persona ante Dios, y para asegurar la libertad de conciencia, igualdad ante la Ley y límites estrictos al poder, nos constituimos…”