Es llamado divino y la predicación del Evangelio.

Por Herman Hoeksema [1].

Este llamado divino viene a través de la predicación del Evangelio. Esto no significa sin embargo, que la reunificación de la iglesia viene por medio del trabajo del hombre. Nunca son los predicadores del Evangelio colaboradores con Dios o colaboradores con Cristo. Por ejemplo, en 1 Corintios 3:9 leemos “Porque nosotros somos colaboradores en la labor de Dios, y ustedes son el campo de cultivo de Dios, el edificio de Dios.”. La palabra “colaboradores” ciertamente no se refiere a la relación del predicador del Evangelio a Dios sino de la relación del predicador del Evangelio con el Evangelio mismo, mutuamente con el mensaje. Ellos son colaboradores juntamente no con Dios, pero de Dios. El Evangelio no es de ellos sino de Cristo. El Evangelio es su Palabra. Él lo reveló. Es Su contenido, y por ende Él es quien habla por medio del Él.

Esto no cambia cuando Cristo comunica el contenido del Evangelio en la Escritura o cuando el predicador del Evangelio lo proclama. Sin Su propio Espíritu y Su palabra (revelada), esos pasajes de la Escritura y esas predicaciones que proclaman el Evangelio serían sin poder alguno. La obra de reunificación de Su iglesia no llega a ser algo dependiente del hombre. Incluso cuando el Señor comisionó y llamó a los profetas,  apóstoles y evangelistas para proclamar Su palabra, o cuando Él les entregó a la iglesia pastores y líderes para predicar el Evangelio a todas las naciones, el trabajo de reunificar a la iglesia no depende en absoluto del hombre. Incluso cuando es el mismo Cristo quien llama y prepara a los predicadores, siendo Él quien envía a quien Él quiere enviar a Su viña, es Cristo quien habla a través de ellos por el poder de Su Espíritu y Palabra para reunificar así a Su iglesia. Aunque este labor es a través de la instrumentalidad de la predicación y del predicador, la iglesia siempre es  reunificada no por el labor del nombre sino por el poder de Cristo, por medio de Su Espíritu y Su palabra.

Este llamado divino es llevado a través de las edades. No nos atrevamos a objetar que antes del cumplimiento de los tiempos Cristo aún no estaba, y por lo tanto Él no podía reunificación a Su iglesia de la raza humana durante la dispensación antigua. Aunque en el tiempo Cristo aún no había sido revelado, en el consejo eterno de Dios el Hijo de Dios ya había sido ungido como cabeza de Su iglesia antes de la fundación del mundo. En la antigua dispensación el Hijo de Dios funcionó, revelándose asimismo y enviando Su palabra y Su Espíritu, como el Cristo que habría de venir. Mediante Cristo, Dios envió Su palabra del Evangelio en el paraíso inmediatamente después de la caída y comenzó a reunificar a Su Iglesia en nuestros primeros padres. Mediante Cristo, Enoc no proclamó el día del Señor (Judas 1:14-15) y Noé llego a ser el predicador de justicia (2 Pedro 2:5). Mediante Cristo, el evangelio fue proclamado a Abraham, y él fue llamado de los Ur y Haran (Génesis 12:1-4, Gálatas 3:8). Mediante Cristo Dios llamó a su Hijo de Egipto (Oseas 11:1, Mateo 2:15) y dirigió a Su iglesia a través del desierto. Cristo era la Roca que Israel seguía y de la cual bebía  (1 Corintios 10:4). Cristo es el fin de la ley (Romanos 10:4) y la revelación de todas las sombras de la dispensación antigua. Cristo es quien reunifica a Su iglesia como “la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas” (Mateo 23:37).

En el cumplimiento de los tiempos Cristo vino y el Evangelio fue realizado en su muerte y resurrección. Hoy Cristo continúa hablando por Su Espíritu y Su palabra. Él ha comisionado a Sus apóstoles y luego a Su Iglesia de predicar el Evangelio glorioso de Jesucristo a toda criatura, y ha dado la promesa de que Él estará con ellos hasta el fin del mundo. Mediante Su Espíritu y Palabra, el excelentísimo Señor continúa hablando en la predicación del Evangelio reunificando así a Su Iglesia de toda tribu, lengua y nación. Él lo hará hasta el último día cuando el hermano más pequeño venga al monte Sion, la ciudad viva de Dios (Hebreos 12:22).


[1] Tomado de Reformed dogmatics, Vol 2 por Herman Hoeksema, pp. 217-218. Título en inglés: Divine Calling and the Preaching of the Gospel.
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