Introducción
En las Catequesis de Cirilo de Jerusalén (c. 313–386 d.C.) encontramos una concepción de la “tradición” eclesial que, lejos de oponerse a la autoridad suprema de la Palabra escrita, se define expresamente como una síntesis eclesial derivada de y demostrable por las Sagradas Escrituras. Sin ser anacrónicamente idéntico al principio reformado de Sola Scriptura (formal), el testimonio de Cirilo muestra una normatividad escrituraria tan fuerte que ofrece convergencias significativas con la postura reformada: toda enseñanza—incluida la tradición catequética recibida en la Iglesia—debe probarse por la Escritura.
I. Contexto
La Iglesia del siglo IV se hallaba en una etapa crucial de consolidación doctrinal. El Concilio de Nicea (325) había definido la ortodoxia cristológica frente al arrianismo, y en ese contexto, la enseñanza y la catequesis cristiana alcanzaron una importancia estratégica. Uno de los grandes maestros de este período fue Cirilo de Jerusalén (313-386 d.C.), cuya influencia como obispo de una de las sedes más prestigiosas del cristianismo primitivo no solo se reflejó en la liturgia y el catecumenado, sino también en su comprensión de la tradición y la Escritura.
Cirilo habla extensamente de la tradición, pero, lejos de entenderla como una fuente independiente de autoridad, insiste en que toda tradición auténtica debe fundarse, comprobarse y sustentarse en la Palabra de Dios escrita. En una afirmación notablemente clara, declara:
«Porque en lo que respecta a los divinos y sagrados misterios de la fe, no debemos hacer ni la más mínima observación sin las Sagradas Escrituras, ni dejarnos llevar por meras probabilidades y artificios argumentativos».
Esta declaración establece una premisa fundamental: la fe cristiana no se edifica sobre la especulación filosófica, ni sobre tradiciones humanas, sino sobre la revelación divina contenida en la Escritura. Cirilo, en sus Catequesis, exhorta a los catecúmenos a probar todo lo que se les enseña con el testimonio de la Biblia. La fe, para él, no es producto de “razonamientos ingeniosos”, sino de la “prueba de las Sagradas Escrituras”.
II. Tradición subordinada a la Escritura
Cuando Cirilo exhorta a “mantener las tradiciones” (2 Tes. 2:15), lo hace en un sentido radicalmente bíblico: dichas tradiciones no son invenciones eclesiásticas, sino “puntos más importantes escogidos de todas las Escrituras” que forman el núcleo de la doctrina cristiana. Esto significa que la tradición de la Iglesia primitiva era, en esencia, una síntesis fiel y pedagógica de la enseñanza bíblica, no una fuente de dogmas independientes ni paralela.
Es significativo que Cirilo advierta a sus oyentes:
«No me creas, pues, porque te digo estas cosas, a menos que recibas de las Sagradas Escrituras la prueba de lo que se expone».
Aquí se percibe una clara postura escrituralista, que siglos más tarde resonaría en el principio de la Sola Scriptura: la Escritura como norma suprema, a la cual toda enseñanza, incluso la de un obispo, debe someterse. Para Cirilo, la autoridad apostólica se conserva y transmite mediante el testimonio fiel de la Escritura, que es suficiente para instruir en la verdad y guiar en la piedad.
En su Catequesis IV, Cirilo instruye a los catecúmenos a no aceptar nada—¡ni siquiera de un obispo!—sin prueba bíblica. El pasaje, citado con frecuencia en discusiones sobre la autoridad en la Iglesia antigua, dice:
“Ten siempre en tu mente este sello, que por ahora apenas hemos tocado en mi discurso, como en un sumario, pero (si el Señor lo permite) será expuesto con la prueba de las Escrituras. Porque en lo que respecta a los divinos y santos misterios de la fe, ni siquiera una declaración casual ha de darse sin las Sagradas Escrituras; ni debemos dejarnos arrastrar por meras probabilidades o artificios de palabra. Ni a mí, que os digo estas cosas, deis crédito absoluto, a menos que recibáis la prueba de las cosas que os anuncio de las Divinas Escrituras. Pues esta salvación que creemos no depende de razonamientos ingeniosos, sino de la demostración de las Sagradas Escrituras.” (Cat. 4.17).
Aquí se articulan tres principios: (1) La materia de la fe debe ser demostrada por la Escritura; (2) la autoridad personal del maestro es subordinada a la autoridad bíblica; (3) la certeza salvífica se vincula a la demostración escrituraria, no a retórica humana. Este triple énfasis da el tono para toda la catequesis ciriliana.
III. Tradición como compendio escriturario: la función del Credo de Jerusalén
Cuando Cirilo pasa a resumir la fe en forma de símbolo (Credo), insiste en que lo entregado por la Iglesia no es un cuerpo doctrinal independiente de la Escritura, sino un compendio fiel de su enseñanza total:
“Al aprender y profesar la Fe, adquiere y guarda solamente lo que ahora te es entregado por la Iglesia, y que ha sido sólidamente edificado a partir de todas las Escrituras… Para que el alma no perezca por ignorancia, comprimimos toda la doctrina de la Fe en unas pocas líneas… En el momento oportuno espera la confirmación de cada parte por la Sagrada Escritura. Porque los artículos de la Fe no fueron compuestos a placer de los hombres; sino que los puntos más importantes recogidos de toda la Escritura constituyen una única enseñanza de la Fe. … Esta Fe, en pocas palabras, ha abarcado todo el conocimiento de la piedad contenido tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Por tanto, hermanos, ¡retened las tradiciones que ahora recibís y escribidlas en la tabla de vuestro corazón!” (Cat. 5.12–13).
Obsérvese la lógica interna: la Iglesia transmite (traditio) un resumen; la norma material de ese resumen es “toda la Escritura”; su confirmación detallada se promete en la instrucción posterior; y su contenido abarca AT y NT. La apelación a 2 Tesalonicenses 2:15 se inserta en este marco: las “tradiciones” apostólicas que la Iglesia custodia se identifican con la misma doctrina que ya está en las Escrituras y que el Credo sintetiza.
IV. El uso catequético-pastoral de la Tradición: economía pedagógica, no fuente paralela
¿Por qué, entonces, Cirilo necesita un símbolo memorizado si todo está en la Biblia? Él mismo responde: no todos pueden leer; algunos carecen de formación o tiempo. La Iglesia por tanto concentra “toda la doctrina de la Fe en unas pocas líneas” para preservar a los sencillos de la ignorancia y del error. Esta función es pedagógica y hermenéutica: la Tradición resume, guía, protege; no añade nuevo contenido revelado.
Esta distinción ayuda a evitar un anacronismo común: confundir el legítimo magisterio catequético (ministerial) con una autoridad magisterial constitutiva capaz de generar artículos de fe sin base bíblica. Cirilo parece desconocer—y su lenguaje se opondría a—una fuente doctrinal independiente de la Escritura.
V. Fe y piedad: una enseñanza integral
Cirilo también afirma que “esta Fe, en pocas palabras, ha envuelto en su seno todo el conocimiento de la piedad contenido tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento”. De este modo, vincula la doctrina de la fe con el contenido completo de la revelación divina, abarcando ambas economías del plan redentor. La tradición, en su entendimiento, no añade nuevas revelaciones o dogmas, sino que preserva y articula lo que ya fue revelado en Cristo y testificado por los profetas y apóstoles.
Además, su advertencia de “no prestar atención a opiniones ingeniosas” revela un espíritu profundamente pastoral. Cirilo teme que la especulación humana, no contrastada con el testimonio profético y apostólico, lleve al error. La fe verdadera no se sustenta en la autoridad del hombre, sino en la autoridad de Dios que habla en la Escritura.
VI. Testimonio patrístico más amplio: tradición mayormente práctica, no doctrinal independiente
La erudición moderna ha notado que, en los Padres tempranos, las apelaciones a tradiciones no escritas se refieren con frecuencia a prácticas litúrgicas o disciplinares (p. ej., orientación al orar, triple inmersión, momentos de ayuno), no a artículos dogmáticos nuevos. J. N. D. Kelly observa que los ejemplos de tradición sin apoyo bíblico en los primeros teólogos versan sobre “observancia y práctica” más que sobre doctrina en sí; R. P. C. Hanson llega a decir que tal tradición “no puede compararse seriamente como autoridad con la Escritura” y que regula praxis, no dogma. Estas evaluaciones académicas refuerzan la lectura de Cirilo como testigo de una Tradición ministerial dependiente de la Escritura.
VII. Cirilo, canon y recepción eclesial
Al mismo tiempo, Cirilo asume la guía de la Iglesia en la identificación de los libros leíbles en la asamblea. En otras secciones advierte contra textos apócrifos y exhorta a estudiar solamente los libros proclamados en la Iglesia, reconociendo la recepción eclesial como criterio práctico para el canon litúrgico. Esta función de la Iglesia en reconocer y delimitar la Escritura no invierte la jerarquía normativa: la Iglesia recibe, custodia y transmite los libros inspirados; no los produce como si su autoridad fuera constitutiva de la inspiración.
Conclusión
La visión de Cirilo de Jerusalén ofrece una ventana a la mentalidad de la Iglesia primitiva: una comunidad que, aunque valoraba la tradición como vehículo de transmisión, la entendía inseparable y subordinada a la Palabra escrita. Sus exhortaciones anticipan el principio de que la Escritura es la única norma infalible de fe y conducta. Lejos de ser una invención del siglo XVI, la Sola Scriptura encuentra raíces en la convicción de obispos como Cirilo, que no temían decir a sus oyentes: “No crean nada, a menos que esté confirmado por las Sagradas Escrituras”.
Cyril of Jerusalem, The Catechetical Lectures IV. 17, V. 12, XII. 5, in A Library of the Fathers of the Holy Catholic Church (Oxford: Parker, 1845).