Los decretos de Dios y el mal

Serie: Dogmática Escritural, Dios y Su Palabra.

Pregunta 45 ¿Qué del pecado de los hombres?

El gobierno según el consejo de Dios sobre los impíos

Luego de haber visto una introducción sobre los decretos de Dios como también sobre sus características, ahora nos toca hablar de estos decretos divinos pero en relación al pecado de los hombres, pues si Dios ha decretado todas las cosas antes de la fundación del mundo, ¿Qué del pecado de los hombres? Veamos algunos textos en donde leemos cómo Dios quien aborrece el pecado y está exento de toda culpa de él, sin embargo castiga con justicia a hombres pecadores que hacen Su voluntad según Su decreto divino.

En el libro de Job encontramos la historia de como Satanás y los ángeles del Señor se habían presentado ante Dios para ejecutar así Su voluntad y Sus juicios (Job 1:6; 2:1). Y aunque sabemos que la condición como la situación tanto de Satanás como la de los ángeles de Dios son muy distintas entre ellos, es decir, que por un lado uno es príncipe de las tinieblas de este mundo (Juan 14:30) y por el otro lado que los ángeles preservados por Dios en dignidad son servidores de luz (Salmo 103:20; 104:4, Hebreos 1:7), esto no excluye a Satanás del gobierno de Dios y de que éste hace la voluntad de Dios según Sus juicios divinos. Así el libro de Job nos presenta que Dios es el autor Soberano de toda prueba siendo Satanás y los ángeles Sus agentes quienes ejecutan Su voluntad según Su determinado consejo (Job 1:21). Tal es el decreto y gobierno de Dios no solo en las pruebas sino incluso también cuando Dios obra omnipotentemente en los corazones de los hombres impíos, por ejemplo el caso de Absalón quien se llegó a las concubinas de su padre (2 Samuel 12:11-12; 16:22), como en la crueldad de los babilonios contra Su propio pueblo en Jerusalén (Jeremías 1:15; 7:14; 50:25) y la de los Sirios (Isaías 10:5; 7:18; 5:26; 28:21), incluso cuando Dios quiso que el rey Acab chocase con su propia ceguera y necedad enviándole un espíritu de mentira en boca de los profetas (1 Reyes 22:20-23, Marcos 4:12).

Todo esto muestra que Dios es Soberano sobre y en los corazones de los hombres. Proverbios 21:1 nos dice que; “Como los repartimientos de las aguas, Así está el corazón del rey en la mano de Jehová; A todo lo que quiere lo inclina”, y no solo del rey sino incluso de todo un ejército cuando Dios así lo quiere (1 Samuel 26:12). Todo esto significa que cuando Dios entrega a individuos a pasiones vergonzosas no sólo los entrega al reino de Satanás y a su propias voluntades perversas sino también Dios es quien con Su Omnipotencia endurece sus corazones como Él quiere y según Su santo juicio (Éxodo 7:3; 10:1, 20, 27; 11:10; 14:8, Romanos 9:17-18, Éxodo 4:21, Josué 11:20, Salmo 105:25).

Así, cuando Dios entrega a los malvados a “una mente reprobada para hacer cosas que no convienen” (Romanos 1:28), significa que Dios es el principal autor de Su venganza y Satanás no es más que el ejecutor de ella gobernado por la mano potente del todopoderoso. Sin embargo, no hay mayor pecado horrendo en toda la historia de la humanidad que aquel que fue cometido contra Cristo y que según Lucas en el libro de Hechos fue llevado a cabo por la mano y el consejo anticipado de Dios con el fin de cumplir; “lo que Él había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer.” (Hechos 2:23; 3:18; 4:24-28). De este modo y según la voluntad de Dios; Cristo fue crucificado, que Pilato y Herodes junto con los gentiles y el pueblo de Israel se levantaron en uno contra Cristo para hacer lo que la mano y el consejo de Dios habían antes determinado que ocurriese, por consiguiente y debido a todo esto, es preciso decir que; “el Señor en Su consejo eterno no sólo odia el pecado sino que también ha determinado que lo que Él odia debe llegar a revelar Su odio y servir a la causa de Su pacto.” [1]

Si la voluntad de Dios es soberana, ¿por qué se juzga a los impíos?

Nuestra respuesta es que en el consejo eterno de Dios, son las propiedades personales y no las acciones de los hombres las que son consideradas en el decreto de Dios. En otras palabras, que Dios en Su Sabiduría y según Su juicio eterno, consideró las propiedades personales de Sus criaturas a crear como también el estado en que éstas se encuentran en la historia de la redención. Así, Adán en su estado de inocencia en el Edén, sus propiedades personales mostraron una voluntad vulnerable a la tentación, y que en el estado posterior de la caída, las propiedades personales de todos los hombres son perversas, malvadas, hostiles y depravadas contra la verdad de Dios, y que sin embargo, Dios continúa teniendo el control y gobierno absoluto de todas ellas disponiendo precisamente de esas propiedades de los hombres para guiarlas según Su consejo y así cumplir Su propósito eterno. De este modo decimos que Dios toma la autoría providencial de todo lo que ocurre más no así la culpa de los hombres, pues éstos actúan según sus propiedades personales bajo el gobierno absoluto de Dios (Isaías 13:11, 45:7; Lamentaciones 3:37-38; Jeremías 21:14).

Juan Calvino, hablando de esto cita a Agustín y dice;

“¿Cómo es Dios justo y el hombre culpable en un mismo hecho, sino es porque cada acto tiene una sola causa? Si alguien se siente confuso por el hecho de que haya acuerdo alguno entre Dios y los malvados –cuando estos son impelidos, en justo juicio, a hacer lo que no está permitido y que saben que Dios prohíbe- que tal persona recuerde el consejo que da también Agustín: ‘¿Quién no se sentirá impresionado por estos juicios al ver cómo Dios actúa en el corazón de los malvados como Él quiere y, sin embargo, los trata como ellos merecen?’ …Por eso Agustín afirma acertadamente en otro pasaje que, al constatar esto, Dios no analiza lo que los hombres pudieron hacer o lo que hacen, sino de lo que quisieron hacer, en efecto, son la voluntad y la motivación las que se tienen en cuenta.” [2]

Así, lo que Dios quiere de manera justa, lo cumple a través de la voluntad mala de los hombres. [Pues] “Aquel que es perfectamente bueno no puede soportar que se haga el mal, salvo porque, al ser todopoderoso, puede sacar el bien del mal.” [3]


[1] Herman Hoeksema, Reformed Dogmatics, Vol. I, página 227.
[2] Juan Calvino, Instituciones, Libro I, sec XVIII, 4, página 169.
[3] Juan Calvino, Instituciones, citando a Agustín de Hipona, Libro I, XVIII, 3, página 167.