Cristo soberano y libertad ordenada: por qué una civilización cristiana libera y las soberanías del hombre reciclan revolución

La cuestión de la libertad no es, en su raíz, un problema de procedimientos sino de metafísica pública: ¿Quién es soberano? Si “toda potestad” pertenece a Cristo y Solo Cristo (Mateo 28:18), entonces la verdad no es fabricada por mayorías o colectivos sino recibida de Aquel que es “Dios verdadero de Dios verdadero” (Nicea, 325). De lo contrario, cuando la soberanía se ubica en “nosotros, el pueblo”, la libertad se desvanece en voluntad de poder y su ambición por adquirilo. De esta forma la ley se vuelve instrumento, no límite; el pueblo, materia prima para la próxima movilización y revolución. La historia moderna lo confirma: sociedades que absolutizan al demos terminan revolviéndose en ciclos de ruptura, promesas mesiánicas seculares y nuevas oligarquías de poder.

1) La arquitectura conciliar de la libertad

Los cuatro Concilios ecuménicos clásicos no son arqueología: son arquitectura constitucional para la cultura y la civilización. En ellos vemos que;

  • Nicea (325) confiesa al Hijo consubstancial al Padre. Si Cristo es verdadero Dios, la autoridad última no reside en César ni en la asamblea o el parlamento o el pueblo. Esto niega de raíz el cesarismo y el totalitarismo de las masas: nadie puede elevar su voz por encima del Verbo de Dios.

  • Constantinopla (381) confiesa al Espíritu Santo como Señor y dador de vida. La libertad no es licencia sino participación en la vida del Espíritu; por eso “donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”, por ende hay una libertad ordenada (2 Corintios 3:17).

  • Éfeso (431) afirma la unidad en la Persona de Cristo (verdadero Dios y verdadero hombre). La dignidad humana adquiere un blindaje ontológico por la encarnación: lo humano ha sido asumido sin confundirse ni anularse; la persona no es una pieza fungible del Estado.

  • Calcedonia (451) define las dos naturalezas, sin confusión ni división. De esta cristología se sigue una política de distinciones: la Iglesia, la familia, la economía, la ciencia, el arte y un gobierno civil piadoso, cada esfera con competencia y deberes propios ante Dios; Ley Suprema sobre Su Creación. La confusión de esferas (estatolatría o eclesiolatría) es una herejía práctica contra Calcedonia.

Estas definiciones no son meros dogmas internos; más bien fundamentan bienes públicos: La Ley divina es superior, lo cual hace límites al poder, señala la responsabilidad de los individuos incluso del magistrado como “ministro de Dios” (Romanos 13:4), y concede libertad civil de conciencia ante Dios (Hechos 5:29; Santiago 4:12).

2) La verdad que libera vs. la voluntad que encadena

Jesús liga libertad y verdad: “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). La libertad cristiana es libertad ordenada: liberación del pecado para obedecer en justicia (Romanos 6), no emancipación nihilista. “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36). Así, en una civilización cristiana vemos que:

  • La ley no nace del consenso momentáneo colectivista sino de la Ley de Dios revelada; por eso “sin profecía el pueblo se desenfrena; Mas el que guarda la ley es bienaventurado” (Proverbios 29:18).

  • La autoridad es ministerial y limitada; no puede decretar el mal como bien (Isaías 5:20). El gobernante es jurado ante el Rey, no señor de la verdad (Salmo 2).

  • La persona es inviolable si es libre de trasgresión alguna porque porta la imagen de Dios (Génesis 1:26–28), no porque la masa le conceda la libertad.

  • La economía y la propiedad son custodiadas por mandamientos que proscriben hurto, codicia y falso testimonio y la justicia protege al débil (huérfano, viuda y extranjero; Dt 10:18–19).

3) Por qué las soberanías del hombre reciclan revolución

Cuando el pueblo o el individuo se erigen como fuente última de normatividad, todo límite es provisional. La política deviene liturgia de auto-creación: constituciones reescritas al ritmo de emotividades, derechos convertidos en moneda de cambio, minorías elevadas a absolutos y luego sustituidas por otras. La revolución late como método porque ninguna promesa puede atarse a una verdad previa: solo a correlaciones de fuerza. El resultado es un péndulo: movilización—imposición—fatiga—ruptura, y otra vez reinvención. La libertad se reduce a permiso revocable.

Teológicamente, es la vieja pretensión del Edén: “seréis como Dios” (Génesis 3). Políticamente, es positivismo jurídico más soberanía ilimitada; éticamente, utilitarismo de ocasión y de las masas. Sin un Juez por encima del juez, la justicia se negocia; sin un Rey por encima del que precide, la autoridad se absolutiza; sin un Pastor por encima del pueblo, la masa se vuelve rebaño sin ley.

4) Política de la Gran Comisión

La civilización cristiana no depende de coacción sacramental del Estado ni de fusión Iglesia-Estado. Brota del mandato misionero: “Toda potestad me es dada… Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones…” (Mateo 28:18–19). Esto implica:

  • Evangelio que regenera personas y ley que ordena instituciones.

  • Esferas diferenciadas bajo Cristo (família, Iglesia, gobierno civil, mercado, academia), en cooperación y límites mutuos.

  • Justicia protectora del vulnerable (Satiago 1:27), no ingeniería social de laboratorio.

  • Cultura de juramentos bajo la palabra dada ante Dios (Eclesiastes 5:4–5).

5) Criterios de evaluación pública

Una nación que se somete a Cristo exhibirá, crecientemente, cinco notas verificables:

  1. Supremacía de la Palabra-Ley de Dios para todos y cada uno de los individuos y sus esferas de gobierno piadoso.

  2. Libertad responsable: derechos ligados a deberes ante Dios.

  3. Protección del débil como termómetro moral y civilizador.

  4. Verdad no negociable: instituciones sometidas a la realidad de Dios no creando “realidades” fantasiosas con narrativas por ejemplo, que; “todos somos el Estado”.

  5. Paz social por reconciliación moral, no por equilibrio del miedo (Romanos 14:17).

Donde domina el hombre, estos puntos se erosionan; donde reina Cristo, avanzan—no sin luchas—pero con dirección y esperanza.

Conclusión

La civilización fundada bajo la Soberanía de Cristo no es utopía, dió sus primeros pasos en los siglos pasados con luces y sombras pero en Cristo es realismo redentor: aquí se reconoce el pecado, se limita el poder, se ordena la libertad a la verdad y se confiesa que el Rey ya reina. Por eso puede hacer libre a un pueblo: porque no le promete hacerse a sí mismo, sino someterse al que es la Verdad. En cambio, los proyectos asentados en la soberanía del hombre se consumen en su principio: si el hombre legisla su propia verdad, deberá revolucionarla cada vez que cambie su deseo. La alternativa es clara y bíblica: “Honrad al Hijo… Bienaventurados todos los que en él confían” (Salmo 2:12).

0 0 votes
Article Rating

Leave a Reply

0 Comments
Oldest
Newest Most Voted
Inline Feedbacks
View all comments