La Perspicuidad de la Escritura (3)

La enseñanza de la claridad de la Escritura era sumamente fundamental para el grito inicial del movimiento de la Reforma; La Sola Scriptura era el primer estandarte de la Reforma protestante. El simple hecho de que la Escritura es la máxima fuente de conocimiento y verdad que debe regir la conciencia del ser humano presupone un claro entendimiento de ella. Así Lutero afirmaría que la Sola Scriptura concedía la autoridad máxima para desafiar a todo sistema contrario a ella.

Cuando Lutero respondío al humanista de Eramos de Rotterdam en su carta De Servo Arbitrio, ahí el reformador dejó saber la importancia esencial de esta doctrina y la necesidad de un claro entendimiento de lo expuesto en la Palabra de Dios por el creyente, para así destruir especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el conocimiento de Dios.

“[Eramos] Es improcedente, pues, tu referencia a la gruta Coriciana. Con las Escrituras la cosa es distinta. Y lo que en ella hay de más elevada majestad, incluso sus más cerrados misterios, ya no están al escondido, sino en las mismas plazas, puesto a la vista de todos. Pues Cristo nos abrió los sentidos para que podamos entender las Escrituras, y “el evangelio es predicado a toda criatura”; “por toda la tierra salió su voz”, y “todas las cosas que se escribieron, para nuestra enseñanza se escribieron”. Asimismo, “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar”. ¡Adelante, pues, tú y todos los sofistas, y presentad un solo misterio cualquiera en las Escrituras que hasta ahora haya permanecido abstruso! Mas el hecho de que muchas cosas sean dificiles para muchos, se debe no a la obscuridad de las Escrituras, sino a la ceguedad o desidia de esa gente misma que no se quiere molestar en ver la clarísima verdad, como dice Pablo con respecto a los judíos en 2 Corintios 4: “El velo permanece sobre el corazón de ellos”; y en otra parte: “Si nuestro evangelio está encubierto, entre aquellos que se pierden está encubierto; cuyo corazón cegó el dios de este siglo”. Con igual temeridad podría inculpar al sol y a un día oscuro el hombre que se tapase los ojos o que pasase de la luz a la oscuridad. y se escondiese. Desistan, pues, aquellos miserables de achacar con blasfema ‘perversidad las tinieblas y oscuridad de su corazón a las tan claras Escrituras de Dios.”

Y sigue…

Tú, pues, al aducir el dicho de Pablo: “Incomprensibles son sus juicios”, pareces haber referido el pronombre “sus” a las Escrituras. Mas Pablo no dice: “Incomprensibles son los juicios de las Escrituras”. sino “los de Dios”. Igualmente, Isaías en el capítulo 40 no dice: “¿Quién conoció la mente de las Escrituras?”, sino “la mente del Señor” al, por más que Pablo asevere que los cristianos conocen la mente del Señor, si bien en aquello que nos ha sido dado por él, como dice en el mismo pasaje, 1 Corintios 2 . Ya ves, pues, cuán superficialmente examinaste estos textos de las Escrituras; los citas con la misma aptitud con que citas casi todo en pro del libre albedrío. Así también los ejemplos que agregas, un tanto sospechosos y no desprovistos de aguijón, no vienen al caso; ejemplos tales como los referentes a la distinción de las personas, unión de la naturaleza divina con la humana, pecado irremisible, cuya ambigüedad, como dices, todavía no está allanada. Si con esto entiendes las investigaciones que los sofistas han armado acerca de estas cosas: ¿qué te hizo la completamente inocente Escritura para que imputes a la pureza de ella el abuso cometido por hombres malvados? La Escritura confiesa sencillamente la trinidad de Dios, la naturaleza humana de Cristo, y la irremisibilidad del pecado. Aquí no hay nada de obscuridad ni ambigüedad. El cómo empero la Escritura no lo aclara, como tú pretendes, ni tampoco es necesario saberlo. Aquí es donde los sofistas exponen sus sueños; acúsalos y condénalos a ellos, pero absuelve a las Escrituras. En cambio, si te refieres a la sustancia del asunto mismo, nuevamente debes acusar no a las Escrituras, sino a los arrianos y a aquellos para quienes el evangelio está encubierto, de modo que por la operación de Satanás, su dios, no alcanzan a ver los clarísimos testimonios en cuanto a que la Divinidad es trina, y en cuanto a la naturaleza humana de Cristo. Y para decirlo en pocas palabras: Hay una doble claridad de las Escrituras, así como hay, también una doble oscuridad. La una claridad es la exterior, que está puesta en el ministerio de la palabra [in verbi ministerio posita]; la otra es la que está situada en la cognición que tiene lugar en el corazón [in cordis cognitione sita]. Si vamos a la claridad interior, ningún hombre entiende siquiera una jota de las Escrituras, a no ser aquel que tiene el Espíritu de Dios. Todos tienen el corazón de tal modo obscurecido que, aun cuando dijesen y supiesen presentar todo lo que está en las Escrituras, sin embargo nada percibirían de todo ello ni tendrían de ello un conocimiento verdadero. No creen en Dios, ni que ellos son criaturas de Dios, ni otra cosa alguna, conforme a aquel pasaje del Salmo 13: “Dijo el necio en su corazón: Dios no es nada”. Es, pues, imprescindible el Espíritu para poder Entender las Escrituras enteras o cualquiera de sus partes. Pero si vamos a la claridad exterior, no queda absolutamente nada que sea obscuro o ambiguo, sino que todo cuanto hay en las Escrituras ha sido puesto a la luz de la más plena certeza por medio de la palabra, y declarado a todo el orbe.

Juan Calvino al comentar sobre Hebreos 6:18 dice lo siguiente:

Tanto lo que Dios dice como lo que jura es inmutable (Salmo 12:6). Puede ser que con los hombres no sea así, porque su vanidad es tal que no puede haber mucha firmeza en lo que hablan. Pero la palabra de Dios es afirmada en diferentes formas; es pura y completamente libre de escorias, como el oro siete veces purificado. Aún Balaam, siendo enemigo, fue constreñido a dar este testimonio: “Dios no es hombre, para que mienta; ni hijo de hombre, para que se arrepienta: Él dijo ¿Y no hará? Habló ¿Y no lo ejecutará?” (Números 23:19). La palabra de Dios, entonces, es una verdad segura y autoritativa en sí misma, (autopistos, auto-digna de confianza). Pero cuando se añade un juramento [a lo dicho,] es un extra añadido a una medida ya perfecta. Por lo tanto, tenemos este consuelo fortísimo, que Dios, que no puede engañar cuando habla, no queda satisfecho con hacer una promesa, pero la ha confirmado por un juramento.

“La autoridad de las Sagradas Escrituras, por la cual deben ser creídas y obedecidas, no depende del testimonio de ningún ser humano o iglesia, sino enteramente de Dios (quien es la Verdad en sí mismo), el autor de ellas, y por lo tanto deben ser recibidas porque son la Palabra de Dios.” (Confesión de Westminster, Cap 1, sec 4)

“Sin embargo, nuestra completa persuasión y seguridad de su infalible verdad y de su autoridad divina, proviene del Espíritu Santo que obra en nuestro interior, dando testimonio en nuestros corazones mediante la Palabra y con la Palabra.” (Cap 1, sec 5)


[1] Martín Luetero, De siervo arbitrio, Cap III.
[2] Juan Calvino, Comentario a la Epístola a los Hebreos, pag. 133-134.