A diferencia de la percepción del pacto de gracia como un “acuerdo o contrato” entre dos partes, la debida compresión del pueblo de Dios sobre el pacto de gracia debe ser que éste es en sí mismo; ese lazo de unión indivisible de compañerismo y comunión que Dios mismo goza entre los miembros de la Trinidad, y que por gracia, Él establece y garantiza con Su pueblo escogido en Cristo Jesús. David J. Engelsma al respecto dice:
“Hay evidencia bíblica penetrante y persuasiva de que el pacto de gracia establecido por Dios con su iglesia en Jesucristo es esencialmente una relación de compañerismo. Dios es su Dios, y ellos son su pueblo. Es una relación estructurada. Dios es Dios en el pacto. Él por Su gracia hace y cumple las promesas que otorgan salvación al pueblo del pacto. Él los justifica, Él da los mandamientos de Su ley para dirigirlos en el camino de una vida agradecida para que le sirvan y amen.
El pueblo del pacto son criaturas y sirvientes dependientes de Dios. Son llamados a confiar y obedecer a su Dios. Sólo en el camino de esta fe y obediencia -que son dones salvíficos de Dios, tanto como en su facultad original como en la actividad constante- ellos gozan de la comunión con Dios.
El pacto es compañerismo. Dios en Jesucristo conoce al pueblo del pacto en amor, Él mismo los atrae a sí mismo para que puedan ver Su rostro de favor, para así hablar familiarmente con ellos por y en el evangelio, y para darse a conocer a ellos y morar con ellos para vida eterna. El pueblo del pacto conoce así a su Dios.
De este modo, ellos conocen el conocimiento del amor de Dios hacia ellos, y por ende, ellos le aman, se dan a Él, hablan con Él en oración, y viven con Él en su presencia, en su casa, con la iglesia, y comparten Su vida en el Espíritu de verdad.”