Por John W. Robbins
No tengamos miedo de pensar en categorías jurídicas, ya que toda la Escritura se mueve en este ambiente. Dios es Juez y Legislador. Él es el Dios de la ley y del orden. A diferencia de los dioses impredecibles de los paganos, nosotros podemos depender de Él para actuar en armonía con su propia ley de rectitud eterna. La justificación [esa gran palabra de Pablo] es una palabra legal de la corte. Dios no sólo está en el negocio de salvar a pecadores, sino también en el negocio de vindicar su ley. Pablo argumenta que nuestra salvación se basa tanto en la ley y la justicia como en la gracia y la misericordia (ver Romanos 3:24-26). Nuestras propias conciencias dan testimonio y no pueden estar en paz a menos que la comunión de Dios con nosotros sea en base en justicia (Romanos 2:14-16). Dios no estaba actuando en el Calvario. El Calvario no era una ficción legal. El Calvario demuestra que la ley moral de Dios es inexorable. Es en el Calvario que se nos da una base legal (veredicto) para la salvación de pecadores.
Nosotros aceptamos ese principio legal en las relaciones humanas más importantes. Una mujer que hace caso omiso de una relación jurídica (“mero papel”) y trata de establecer una relación con un hombre sólo por la experiencia está prostituyendo una ley fundamental de la vida. Una persona que toma la propiedad sin una escritura (“mero papel”) es un ladrón. En Apocalipsis la Babilonia es llamada una ramera (Apocalipsis 17:5). La Babilonia es un sistema religioso que trata de establecer una relación con Dios sobre la base de la experiencia sin el “mero papel”. La santificación es el vivir una vida de comunión con Dios. La justificación es su base jurídica y sin la justificación ninguna comunión con el Dios santo puede existir. Una comunión con Dios demanda perfecta justicia desde el principio.
Las conexiones legales entre la justificación y la santificación
A) En el asunto de pecado, a menudo se ha dicho que la justificación es la liberación de la culpa del pecado mientras que la santificación es la liberación del poder del pecado. Pero no hay que separar esto para querer concebir que un hombre puede disfrutar de una bendición sin la otra. Esto sucede a menudo en la teología del “movimiento de santidad“, en donde se postula que existen dos tipos de cristianos, los elegidos, quienes son liberados de la culpa del pecado, y los muy escogidos, quienes también son librados del poder del pecado; los primeros sólo conocen a Cristo como su Salvador y los posteriores conocen a Cristo como su Señor. La Biblia no enseña nada acerca de este tipo de separación entre la justificación y la santificación. Es muy malicioso en sus resultados. Si esto no conduce al orgullo espiritual al imaginarse que unos están fuera de Romanos 7 para encontrase entre los de Romanos 8, esto conduce a la noción de que Cristo puede librar a un hombre de la culpa del pecado y sin embargo este aún continua revolcarse en su contaminación pecaminosa, como si la santificación no fuese la consecuencia necesaria de la justificación.
Existe una relación directa entre la culpa del pecado y el poder del pecado. Si la culpa del pecado es removida, el poder del pecado es roto. Este es el punto de Pablo en Romanos 6:14 “Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia” Es decir, siempre y cuando un hombre esté “bajo la ley”, el pecado será rey sobre él y él estará ligado a someterse a su reinado. Pero si éste viene bajo la gracia, el pecado ya no tiene poder para gobernar su vida y ser tirano sobre él. En Romanos 7 Pablo pasa a explicar la relación entre la ley y el poder del pecado. La fuerza del pecado no está en el mismo pecado, porque “el poder del pecado es la ley” (1 Corintios 15:56). La ley, sí, la santa, justa y buena ley de Dios liga a un hombre al servicio del pecado por el poder de la justicia omnipotente. El pecado es el amo (“el esposo”) que los hombres eligieron para servir, y la ley los liga en esta relación como una mujer está ligada por la ley para el marido de su elección. Así como la ley mantiene al criminal en la cárcel, del mismo modo la ley de Dios liga al pecador al servicio miserable del pecado. De hecho, “el pecado, aprovechándose del mandamiento, produjo en mí toda clase de codicia;” (Romanos 7:8).
La libertad del poder del pecado se encuentra sólo cuando se llega a un acuerdo con la ley de Dios. Mientras estemos en deuda con sus justas demandas, estamos “bajo la ley” y seguiremos estando en la prisión del pecado. Pero tan pronto como la fe acepta la vida y muerte de Cristo como nuestra, somos justificados o ajustados ante la ley. Cuando por la fe en Cristo nos encontramos ante la ley como perdonados y justos, la ley ya no nos liga a ese viejo amo. El pecado no tiene más poder para mantenernos esclavos. La justificación nos hace libres legalmente para no servir al pecado. Por lo tanto, la liberación del poder del pecado es el resultado inevitable de la liberación de la culpa del pecado.
B) En el asunto de la Santidad. A menudo se ha dicho (y verdaderamente) que la justificación es nuestro título al cielo. Que no hay que olvidar, sin embargo, que la vida de los Cielos se inicia con la vida de santidad aquí y ahora. La santificación es la glorificación inicial. Es la vida de los Cielos en la semilla, las primicias, o pago inicial, de la herencia inmortal en los creyentes (Romanos 8:23, Efesios 1:14, Juan 17:3). El cielo es la presencia de Dios. Es para tomar parte de su santidad y ser participes en su vida. Pero esta participación en la santidad de Dios comienza aquí con los que “gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del mundo por venir” (Hebreos 6:4-5).
En la caída el hombre perdió todos esos derechos y privilegios legales. Un pecador no tiene ningún derecho o título de participar en la vida de la santidad de Dios. Sin embargo, Cristo y sólo Cristo ha ganado para su pueblo este derecho de acceso ante Dios, porque: “todos los que le recibieron, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios [para ser partícipes de su naturaleza divina– 2 Pedro 1:4] , a todos los que creen en su nombre” (Juan 1:12). Por consiguiente, la sola fe nos justifica ante Dios, y ya siendo justificados, tenemos acceso legal (derechos y títulos) para entrar en el camino de la santidad en comunión con Dios.
Y es a lo largo de esta ruta a “la ciudad celestial” que muchas pruebas acechan para purificar nuestra fe y nuestras vidas. Hay gigantes para vencernos, redes para atraparnos y hombres astutos que nos engañan. Y a lo largo del viaje tales santos del Rey se encuentrán “a punto de caer”, con “poca fe” para avanzar y tachados como pobres “cristianos” por el mundo, entrando así en conflictos con tiempos difíciles sin enumerar. Es en esos momentos de tentación y debilidad que nos preguntamos, ¿Cómo podriamos asegurar nuestros corazones a Dios a menos que podamos mirar hacia nuestro título que se encuentra en la justicia de Aquel que nos representa a la diestra de Dios? Con qué facilidad la fe vacilaría y nos encontraríamos desarmados en medio de nuestros enemigos si, siendo desafiados por nuestro derecho de estar viajando por la senda de la santificación ponemos nuestra mano (en “ignorancia“) en nuestro propio pecho para encontrar alguna razón en nosotros de estar entre los santos. Pero feliz es el hombre que, en la hora de la prueba y del juicio, puede mira fuera de sí mismo y mirar a Cristo en lugar de contemplarse así mismo.
Así, la justificación es la base jurídica de nuestra santificación. Ya que hace que la santidad sea posible mediante la eliminación del derecho legal del pecado para gobernarnos, y establece nuestro legítimo derecho de caminar en la senda de la santidad en comunión con Dios.
Against The Churchers, The Trinity Review, 1989-1998. The Relationship between Justification and Sanctification, Edited by John W. Robbins pages 343-344.