Por John W. Robbins
El significado de la justificación
La justificación es una palabra legal que tiene referencia a un proceso y el juicio de éste. Esto no significa que hace a una persona subjetivamente justa como del mismo modo la condenación no significa hacer a una persona subjetivamente malvada. La justificación es simplemente un veredicto de la corte declarando o pronunciando a una persona ser justa. En el caso del veredicto de Dios, Él declara al pecador-creyente ser justo por su Representante quien es justo. O para decirlo de otra manera, cuando el pecador-creyente afirma la justicia de Cristo como su propia justicia y la presenta ante Dios, el Juez reconoce que la deuda ha sido ya pagada, y el pecador se encuentra justo antes de la ley. No es un simple perdón, o una declaración de “no culpable”. Se trata más bien de una imputación de la justicia perfecta de Cristo a él mismo.
La justificación, por lo tanto, no es un acto de Dios dentro del pecador, sino que es un acto de Dios fuera de éste. Es el veredicto de Dios sobre él. Se trata de un acto declaratorio forense. No se basa en la santidad del que cree, sino en la santidad de aquel en quien el pecador ha creído. Este punto es crucial. En este asunto de nuestra aceptación con Dios, no estamos ansiosos acerca de lo que Dios piensa de nosotros, sino de lo que Dios piensa de Cristo nuestro sustituto. Si confundimos justificación con el proceso interior de santificación, la fe se tambalea, y nos resulta imposible estar de pie ante Dios con una conciencia en paz. La justificación pertenece a lo que Dios hace por nosotros, no lo que hace en nosotros.
El Método de la Justificación
En Romanos 4, el apóstol no sólo declara que Dios justifica al impío (Romanos 4:5), pero que Dios hace esto mediante la imputación de la justicia de Cristo para aquellos que cree (Romanos 4:3, 5-7). En el capítulo 5 Pablo muestra que la justicia que Dios imputa es “la justicia de uno” (Romanos 5:18-19). Ahora, la palabra imputar no significa infundir. Simplemente significa atribuir al pecador lo que él no posee en sí mismo. La imputación no cambia el objeto, pero cambia la forma en que el objeto es considerado. Cambia la condición jurídica del objeto. La suprema ilustración de esto es el Calvario. Nuestros pecados fueron imputados a Cristo (2 Corintios 5:19-21). Esto no lo hizo a a Él subjetivamente un pecador, pero sí le hizo cambiar la manera en que Dios lo miró. Ahora Dios lo trató con peso decisivo en camino con la justicia.
Por supuesto que el acto de la justificación de Dios depende de la perfecta justicia cumplida. Sin embargo, no depende de alguna justicia que esté en nosotros, sino en la que está siendo intercedida por nosotros en la presencia de Dios lograda por los méritos de Cristo. Dios considera esta justicia a nosotros simplemente porque Cristo la cumplió por nosotros y nosotros la aceptamos por la sola fe. Por consiguiente, cualquier manera en que nos miremos y de cualquier manera le demos vuelta, la justificación es un acto de la gracia de Dios que está totalmente fuera de la experiencia de aquel que cree.
Somos conscientes de esas objeciones que se precipitan por muchos clamando con sorna por ahí. Pero nosotros respondemos a estas objeciones considerando la relación inseparable entre la justificación y la santificación. De hecho, es nuestro propósito de mostrar cómo la justificación es la única vía que puede conducirnos a la santificación. El tipo de justificación que hemos considerado aquí es la causa dinámica de la santificación. La doctrina de la justicia imputada al pecador-creyente subyace toda la acción ética también.
Against The Churchers, The Trinity Review, 1989-1998. The Relationship between Justification and Sanctification, Edited by John W. Robbins pages 342-343.