La providencia de Dios; su concurrencia

La idea de la concurrencia divina

Bajo la doctrina de la Providencia de Dios, encontramos una subcategoría muy importante llamada mucha veces como concurrencia divina. Como criaturas racionales y morales que somos con una voluntad propia, podemos provocar y causar acontecimientos y eventos en el tiempo según nuestros deseos y motivaciones, sin embargo, ese acto y obrar nuestro y que ejercemos es meramente secundario y subordinado al poder todo poderoso de Dios. Así decimos que la idea de la concurrencia divina puede definirse como ese poder de Dios que confiere realidad y existencia a las causas secundarias obrando en ellas eficientemente para que éstas operen según sus propias propiedades y a través de ellas se alcance el fin determinado por Dios. Con esto decimos que;

  1. La concurrencia es el poder de Dios que confiere realidad y existencia a las causas secundarias y no solamente hablando del ser de las criaturas sino también de sus acciones y operaciones. Estas llegan a ser lo que son, y a obrar según lo que son, por el poder de Dios (Hechos 17:28).  
  2. Que la concurrencia es el poder de Dios que confiere realidad y existencia a las causas secundarias obrando en ellas eficientemente para que éstas operen según sus propias propiedades. La concurrencia divina no anula ni cancela las propiedades particulares de cada criatura, sino más bien les confiere vitalidad para que éstas puedan desarrollarse.
  3. Que la concurrencia es el poder de Dios que confiere realidad y existencia a las causas secundarias para que éstas operen según sus propias propiedades y así alcancen el fin determinado por Dios mismo. Nada ocurre fuera de la Voluntad de Dios y Sus decretos, los cuales son llevados a cabos por medios de las causas secundarias que Dios sustenta, dispone, gobierna y dirige.

Por ejemplo, en el Salmo 104:29 leemos: “Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo.” En este texto vemos que la independencia de la creación de Dios equivale a la inexistencia, pues es la Providencia divina la que sostiene y mantiene con vida y movimiento todas las cosas aún al más perverso de las criaturas, esto sin cancelar necesariamente la realidad de su propia naturaleza sino todo lo contrario, la establece para que actúe según sus propiedades y según el determinado consejo de Dios. Así, es Dios quien Soberanamente escoge, gobierna y castiga el mal de la criatura y éste último obra y produce el mal que él tanto desea. También vemos en este Salmo que las causas secundarias existen únicamente como resultado de la primera causa quien es Dios. Pues si Dios les quita el aliento, dejan de ser, y vuelven al polvo.

Otro ejemplo de la concurrencia divina que encontramos en la Escritura entre muchos, es el caso de José y sus hermanos. Aunque los hermanos de José pensaron obrar mal contra su hermano, la providencia de Dios seguía actuando a través de su pecado para un fin mayor según el consejo del Señor. José les dijo a sus hermanos que: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Génesis 50:20). Así, aunque ellos habían pensado hacer mal contra José, Dios había ordenado llevar a cabo con Su mano todopoderosa el mal en ellos para ejecutar Sus propósitos eternos, los cuales eran bendecir a José en casa del Faraón. Todo esto estaba en concordancia con el consejo determinado de Dios desde antes de la eternidad.

En este caso es útil la sugerencia que Agustín de Hipona hace al mencionar que Dios nos ha dado una “voluntad razonable”. Esta declaración es correcta pues no incluye términos como “libre” o “libertad” sino más bien la simple afirmación de que nuestras decisiones son realesprocedentes de un ser pensante el cual somos. Esto significa que, pensamos lo que hacemos, conscientemente decimos lo que haremos y después seguimos el curso de acción que hemos escogido hacer, sin embargo, todo esto no está libre del poder omnipotente y de la voluntad Soberana de Dios. Ahora, al decir que el hombre goza de una voluntad propia bien podemos entender que los eventos o sucesos que ejecutamos no ocurren independientemente de nuestras decisiones o motivaciones sino más bien que tienen lugar debido a lo que en efecto deseamos, pues siempre elegimos según el deseo mayor que nos gobierna sea este manifiesto o no, y todo esto bajo la maravillosa guía y gobierno de la Providencia de Dios. De este modo vemos que ni somos libres de las consecuencias de nuestras decisiones, ni de nuestra naturaleza por la cual tomamos dichas decisiones, ni de la ley divina revelada por Dios en Su Palabra, ni de Su poder todo omnipresente y Su consejo eterno; por el cual todo es llevado a cabo según Su Voluntad. 

En las palabras de Herman Bavinck; “La [enseñanza sobre la] preservación [de todas las cosas] nos dice que no existe nada, no solo no hay sustancia, sino también ningún poder, ni actividad, ni idea, a menos que exista totalmente de, por, y para Dios. La [enseñanza sobre la] concurrencia divina habla de la misma providencia de Dios como una actividad por Dios que afirma y mantiene la existencia distinta de las criaturas, y [la enseñanza sobre] el gobierno de Dios describe a las otras dos [doctrinas] como guías de todas las cosas de tal manera que se alcance el objetivo final determinado por Dios. Así, de principio a fin, la providencia divina es el poder de Dios simple, todopoderoso y omnipresente en todo lugar.”

Concluimos con un pensamiento de Agustín de Hipona sobre la providencia de Dios y la responsabilidad humana; “Como no sabemos todo cuanto Dios hace de nosotros con un orden maravilloso, obramos según su ley [revelada en Su Palabra] cuando somos guiados por una buena voluntad; en cuanto a lo demás, somos guiados por la providencia de Dios, la cual es una ley inmutable [según Su decreto eterno]”

«Podremos tirar los dados, pero el Señor decide cómo caen.» (Proverbios 16:33 NTV)


[1] Bavinck, Herman. Reformed Dogmatics: Abridged in One Volume. Baker Publishing Group. Página 302. 
[2] Agustín de Hipona, 83 Cuestiones diversas, página 27.