“Los Legistas, (o Abogados que comúnmente llamamos Letrados) tienen por un común Axioma, o Máxima que es una sentencia de todos admitida, decir:
“Erubescimus cuando sine lege loquimur.” (Avergoncémonos cuando hablamos sin ley).
Cuando no confirmamos lo que decimos con alguna de las Leyes, lo mismo, y con muy mayor razón, podemos decir los Cristianos:
Avergoncémonos cuando hablando de cosas espirituales, de cosas que tocan al servicio de Dios, a nuestra salud y bien de nuestro prójimo, no las confirmamos con la Ley de Dios, con la Palabra de Dios, que su Majestad ha revelado y dictado a sus santos Profetas y Apóstoles, y nos manda que nos gobernemos por ella.” Cipriano de Valera.
Entre las muchas profesiones que existen, hay una particularmente respetada en la sociedad: la de los legistas o abogados. Estos letrados, quienes se dedican al estudio y la aplicación de la ley, tienen un axioma, una máxima de la que todos son conocedores: “Erubescimus quando sine lege loquimur”. Esta sentencia, que en nuestro vernáculo significa “Avergoncémonos cuando hablamos sin ley”, destaca la importancia de basar cada argumento y decisión en la ley establecida.
Pero si es tan esencial para los letrados apoyarse en las leyes humanas, cuánto más esencial es para nosotros, los cristianos, apoyarnos en la ley divina cuando tratamos cuestiones de fe y moral en cada esfera de la vida. La advertencia de Cipriano de Valera es clara y poderosa: si es una vergüenza para un abogado hablar sin la ley, cuánto más lo es para un creyente hablar sin basarse en la Palabra de Dios.
Nuestra fe se fundamenta en las Escrituras, en las revelaciones que Dios ha hecho a sus profetas y apóstoles. Estas palabras, dictadas por la divina majestad, no son simplemente sugerencias o guías para una vida mejor; son el mismo aliento de Dios, que nos orienta, nos corrige y nos da vida. Así como un abogado no osaría actuar sin el respaldo de la ley, el cristiano debe estar profundamente arraigado en las Escrituras para llevar una vida que sea agradable a Dios conforme a Su Palabra-Ley.
En este sentido, la advertencia de Cipriano de Valera nos lleva a un profundo autoexamen: ¿Qué tan arraigados estamos en la Palabra de Dios? ¿Hablamos y actuamos según sus mandamientos o seguimos nuestras propias inclinaciones y deseos? Si queremos ser verdaderos discípulos de Cristo, debemos someternos plenamente a su voluntad, la cual se revela en las Escrituras.
En una sociedad donde las opiniones y creencias cambian constantemente, y donde las modas espirituales van y vienen, la Palabra de Dios sigue siendo nuestra única y firme roca. Es nuestra guía, nuestro consuelo y nuestro fundamento. Por tanto, escuchemos y sigamos la exhortación de Valera: que nunca nos avergoncemos al hablar de cosas espirituales, sino que siempre confirmemos nuestras palabras y acciones con la Ley de Dios, la única verdad absoluta y eterna en este mundo cambiante.